Durante años, el campo quintanarroense fue tierra fértil para todo, menos para lo que realmente importaba. Fue el escenario ideal para simulaciones, para el discurso fácil y para el desvío descarado de recursos bajo el disfraz de apoyos y programas.
Las y los productores rurales —los verdaderos protagonistas del agro— fueron reducidos a cifras en informes y a fotos en boletines.
Pero algo cambió con la llegada de Jorge Aguilar Osorio a la Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural y Pesca (SEDARPE). No fue solo el nombre en la puerta de la oficina, sino la forma de entender el servicio público desde el campo y para el campo.
A un año de haber asumido el cargo, Aguilar Osorio ha dejado claro que el trabajo de escritorio no alcanza para transformar realidades.
Por ello, ha puesto los pies —literalmente— en la tierra. Ha caminado, ha escuchado, ha preguntado y, sobre todo, ha respondido.
Este acercamiento directo con quienes producen rompió con el viejo molde de los funcionarios de aire acondicionado.
Aguilar Osorio sabe que los problemas del campo no se entienden desde los informes, sino desde las veredas polvorientas, las milpas abandonadas y los potreros en crisis. Y lo más importante es que ha entendido que las soluciones no pueden esperar ciclos presupuestales.
Prueba de ello son las acciones inmediatas frente a dos crisis que amenazaron con desmoronar sectores productivos como el daño a la caña y la aparición del gusano barrenador del ganado.
En otro tiempo, esas afectaciones habrían quedado atrapadas entre oficios, oficios de respuesta y promesas de futuro. Esta vez no. La respuesta fue rápida, técnica y efectiva.
El mérito no es solo enfrentar emergencias. Es sentar las bases de una política agropecuaria distinta. Una que deja de ver al campo como un sitio para “bajar recursos” y empezaron a convertirlo en un espacio de productividad y dignidad.
El trabajo de Jorge Aguilar Osorio no ha sido perfecto —nada que enfrente décadas de abandono puede serlo en un año—, pero sí es un punto de inflexión.
Lo primero fue desmontar una inercia perversa que convirtió al campo en botín político y empezar a edificar una relación nueva, de confianza, con quienes verdaderamente sostienen el campo: sus productores.
No se trata de aplaudir gestiones. Se trata de reconocer cuando un servidor público rompe con la tradición del abandono y se convierte en aliado.
Hoy, con hechos concretos, Jorge Aguilar Osorio demuestra que otra forma de hacer política agropecuaria no solo es posible, sino urgente. Ya era hora de que el campo dejara de ser excusa, y volviera a ser esperanza.